La muerte de Jorge Bergoglio, conocido como papa Francisco, a los 88 años este lunes ha conmovido profundamente a Argentina y al mundo. El pontífice, recordado como «el papa del fin del mundo» por su origen argentino, falleció en horas tempranas, lo que desencadenó múltiples reacciones tanto en su país natal como a nivel internacional. Mientras cardenales y líderes de diferentes religiones llegan a Roma para el cónclave que eligirá a su sucesor, la Plaza de San Pedro se colma de fieles que se reúnen para rendir homenaje y despedir al líder de la Iglesia Católica, quien dejó una huella imborrable en la historia moderna, a pesar de sus controvertidas posturas y decisiones durante su pontificado.
En Buenos Aires, la figura de Francisco fue objeto de pasiones encontradas. Por un lado, sectores que lo veneran lo recuerdan con admiración, homenajeando su estilo de vida austero, lejos de las ostentaciones y marcado por su cercanía con los más necesitados. Sin embargo, otros lo critican por su lejanía con el país que lo vio nacer, pues durante sus 12 años de pontificado, Francisco no regresó a Argentina, lo que ha generado descontento y reproches hacia su figura en la sociedad argentina. Javier Milei, actual presidente y representante de la derecha más extrema, anteriormente llegó a declarar que el papa era ‘la reencarnación del Maligno en la Tierra’, aunque, tras su muerte, se vio obligado a ajustar su tono, reconociendo su bondad en una despedida pública.
El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva, enfatizó en su discurso que Francisco fue un defensor de todos, especialmente de los más vulnerables, convirtiéndose en «el padre de toda la humanidad». Esta referencia al concepto de ‘para todos’ subraya la lucha del pontífice por una Iglesia inclusiva en un mundo donde la polarización se agudiza. Sin embargo, su legado también está marcado por las críticas de ciertos sectores que no se sintieron representados por sus actos y declaraciones, lo que complica la percepción de su figura como el padre de todos los católicos en un contexto tan dividido como el argentino.
La diversidad de opiniones sobre la figura de Francisco es evidente: mientras algunos resaltan su compromiso con los pobres y su lucha contra la pedofilia en la Iglesia, otros lo acusan de demagogia y de alinearse con posturas políticas que consideran perjudiciales. Su apoyo a ciertas iniciativas, como el Matrimonio Igualitario en Argentina, y su encuentro con líderes de diversas religiones resaltan su deseo de ser un puente entre culturas, pero también han suscitado reclamos de quienes han experimentado decepción por su postura, lo que pone en duda si realmente fue un papa de unidad e inclusión.
A medida que los argentinos y el mundo avanzan en el duelo por su partida, se plantea un interrogante crucial: ¿podrá la figura del papa Francisco trascender las divisiones existentes? Con tantos matices en torno a su legado, desde sus adeptos fervientes hasta sus detractores acérrimos, el proceso de reconstrucción de su imagen será una tarea compleja. Para muchos, el papa Francisco fue un faro de esperanza, mientras que para otros representó un símbolo de las divisiones que aún persisten en la Iglesia y en la sociedad moderna. La partida de Bergoglio abre la puerta a la reflexión sobre el impacto real de su liderazgo y sobre la posibilidad de un futuro en el que su visión de unidad y diálogo funcione en un mundo marcado por la polarización.