La mañana de hoy, el Vaticano ha sido escenario de una profunda tristeza al anunciarse el fallecimiento del papa Francisco a los 88 años. Su muerte, confirmada por el cardenal Kevin Joseph Farrell, se produjo en presencia de sus más allegados colaboradores, marcando el cierre de un pontificado que dejó una huella indeleble en la Iglesia católica. Su pontificado, que comenzó en 2013, fue histórico, no solo por ser el primer papa latinoamericano, sino también por su esfuerzo constante en promover un mensaje de cercanía, reforma y humanidad. Las palabras del cardenal resonaban en las paredes del Vaticano, recordando un legado de doce años que cambiaría la percepción de la Iglesia ante el mundo.
Ayer, apenas unas horas antes de su fallecimiento, el papa Francisco se presentó en público de una manera conmovedora. Desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, y a pesar de su delicado estado de salud, ofreció la tradicional bendición ‘Urbi et Orbi’ en el Domingo de Resurrección. Sentado en su silla de ruedas y sin oxígeno asistido, su voz suave llenó la Plaza de San Pedro, que albergaba a unos 50.000 fieles ansiosos de un mensaje de esperanza. La imagen del pontífice, rodeado de un jardín de flores, fue una poderosa representación de su inquebrantable espíritu pastoral, incluso en momentos de debilidad física.
Durante la ceremonia, a pesar de su vulnerabilidad, Francisco optó por delegar la lectura del mensaje de Pascua a su maestro de ceremonias, Diego Ravelli, eligiendo permanecer en silencio y contemplando con atención. Este gesto fue interpretado no solo como una muestra de humildad, sino también como una forma de enfatizar el valor de la comunidad y el poder de la conexión humana en tiempos difíciles. La serena figura del Papa en su silla de ruedas se convirtió en un símbolo de resistencia y amor hacia sus fieles, dejando claro que su compromiso con la misión de la Iglesia permanecía intacto hasta el último aliento.
Después de impartir su bendición, Francisco solicitó subir al papamóvil, marcando su regreso a un evento público tras la lucha contra una doble neumonía. Este acto conmovedor lo llevó a recorrer la Plaza de San Pedro, donde los aplausos y gritos de ánimo de los asistentes rebotaban en el aire como un tributo a su dedicación inquebrantable. Mientras el vehículo avanzaba lentamente, muchos fieles ondeaban banderas y entonaban lemas de apoyo, creando un ambiente de celebración y despedida que resonará en la memoria de todos los presentes.
La última aparición del papa Francisco ante los fieles estuvo marcada también por un breve encuentro con el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, en el que se reafirmó su rol como líder espiritual global. Este saludo protocolario, aunque fugaz, simboliza la importancia de su mensaje de paz y unidad en un mundo a menudo dividido. Al elegir despedirse de su pueblo en el Domingo de Pascua, el papa dejó atrás no solo una intachable trayectoria, sino también una lección de humildad y amor que perdurará en el corazón de quienes siguen su camino.